El molino de la Marmota.

El molino de la Marmota.
Muchas son las historias que se cuentan en la noche de las ánimas y en el día de los Santos, cuando salir de casa a la puesta de sol, desoír las advertencias de los ancianos o andar por lugares solitarios puede llevarnos a encontrarnos con un ánima.
Esto pasó en la Marmota, una aldea de Tarazona de la Mancha en la rivera del Júcar. Era el día de todos los Santos y un grupo de hombres salieron de caza. Lo hicieron desafiando las advertencias que sus mayores les hicieron pues ese día, les decían, es para visitar y honrar a los difuntos, no para cazar.
Bien temprano, de mañana recorrían los campos mojados por el rocío y sus galgos corrían tras las liebres que salían a su paso. Antes de medio día ya tenían cuatro o cinco piezas ganadas, así que caminaron hasta el molino que había en la aldea de la Marmota y allí prepararon las presas para cocinar con ellas unos gazpachos.
El molino de la Marmota era un vetusto edificio con una gran rueda que el agua de una reguera movió un día por medio de unas palas y que ahora sólo servía para estorbar el curso del agua que, cantarina, saltaba entre sus podridos travesaños para seguir su camino y embalsarse en un abrevadero poco más abajo. Maquinaria y estructura eran de madera de carrasca y habían visto pasar tantos años que ya eran viejas cuando los abuelos de los mayores del lugar nacieron. Era un lugar abandonado, pues la molienda se hacía en el pueblo con muelas movidas por la fuerza de los borricos. Pero allí, debido a la fortaleza que un día tuvo el edificio se conservaba una cocinilla donde los cazadores solían reunirse tras la caza a almorzar, beber y, a veces, a alargar la velada hasta la puesta de sol.
Aquel día de todos los Santos habían preparado unos gazpachos manchegos, con tajadas de liebre, algunas setas que habían recogido por el camino y unas tortas cenceñas que habían improvisado con un poco de harina y agua. Ya estaba el guiso preparado y el ambiente era jovial pues el vino tinto había calentado las gargantas antes de sacar la comida del fuego. Uno de aquellos cazadores les explicaba a los otros como antes de salir de caza le habían advertido que no lo hiciera, que era mejor salir otro día, que en el día de todos los santos las ánimas de los difuntos andan por nuestro mundo y, a veces, toman forma de niebla, de persona, de animal o de quién sabe qué cosa confundiendo a quienes se encuentran con ellas y provocando sucesos misteriosos. Los otros lo oían con aprensión porque conocían bien aquellas historias y hubo alguno que le apremió a no burlarse pues las ánimas podrían oírle. Pero hay personas que sienten un impulso irremediable a cruzar la línea de aquello que está vedado, y aquel cazador solo necesitaba que alguien le dijera: -no te burles-. Y así, entre risas, abrió su navaja y pinchó una tajada diciendo: – Esta es el ánima de Fulano. – Y se la comía; – ¿Veis?, el ánima de Mengano que me llevo…- Y la devoraba ante los otros fanfarroneando.
Nadie se dio cuenta que, de los rescoldos que quedaban en la chimenea unas chispas salieron revoloteando, tantas como ánimas había nombrado, y cayeron sobre las vigas y el armazón del viejo molino. De pronto, allí donde habían caído las chispas, empezó a salir humo y unas llamas empezaron a
devorar la madera. Al principio los cazadores quisieron apagar aquel fuego, pero desistieron enseguida y salieron corriendo para salvar su vida. Todos menos aquel que se había burlado que aún estaba junto a la sartén navaja en mano. Parecía estar absorto y no ver las llamas hasta que sus compañeros le gritaron y le hicieron salir de su ensimismamiento. Corrió entonces hacia la puerta por la que habían salido sus compañeros, pero las llamas corrían más que él. Los otros, a salvo fuera del molino, le gritaban: -¡Sal de ahí! -, y el infeliz ya con los pies en el dintel de la puerta era incapaz de cruzar porque las llamas lo agarraban como si fueran brazos ardientes y lo introducían de nuevo en el molino. Desde fuera oían sus gritos diciendo: -¡Las llamas me meten adentro!-
Ese mismo día un gran cuervo negro como la noche se posó en las ramas de un olmo centenario que daba sombra al molino. Aquel pájaro no se movió de allí hasta que las autoridades fueron a sacar de las cenizas humeantes del molino el cadáver de aquél cazador. Eso pasó en el molino de la Marmota.

Be the first to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo no será publicada.


*


Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable: Florencio Vallinot.
  • Finalidad:  Moderar los comentarios.
  • Legitimación:  Por consentimiento del interesado.
  • Destinatarios y encargados de tratamiento:  No se ceden o comunican datos a terceros para prestar este servicio.
  • Derechos: Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional: Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.